Si para el médico el
objetivo es el paciente, no podemos dejarnos convertir en simples técnicos, que
en la mejor de las circunstancias nos limita a ser operadores de equipos de
alta tecnología.
La formación del médico
especialista, desde el mismo pregrado, debe fundamentarse, consolidarse y
precisarse con competencias filosóficas, antropológicas, sociológicas,
históricas e incluso estéticas, y complementarse como una sólida formación
psicológica y de comunicación para que adquiera destrezas para escuchar, para
comprender, para entender, para comunicarse y para generar empatías. En este
entorno formativo es posible que el especialista pueda entender, captar y
aceptar la autonomía como un derecho para que no se vea amenazado por la regulación
legal.
Hacemos referencia a los
procesos educativos que nacen en la academia, pero que deben seguirse
complementando durante el desempeño profesional, incluso desde los mismos
sistemas de salud, para generar escenarios en los que sea posible promover de
manera integral la educación continua.
El saber de un médico
especialista apenas se empieza justo, cuando, entre comillas, termina la
formación académica curricular. La formación debe sustentarse en el permanente
deseo por seguir aprendiendo, repasando, reconstruyendo, creando, imaginando y
proponiendo. Es indispensable que desde el inicio de la adquisición de
conocimientos, al médico especialista se le motive para que su proceso
formativo no termine nunca y más bien encuentre siempre, en los desafíos
cotidianos, la oportunidad para seguir adquiriendo y reafirmando sus saberes.
Es claro para nosotros,
desde lo que puede incluso considerar la vieja guardia, que para las
generaciones actuales y para las venideras de especialistas, entender las
realidades individuales y conectarse con las personas, siempre será un
principio vigente, nunca negociable.
No podemos conformarnos
con aprender a facturar, o incluso con la obligatoriedad de administrar
nuestros conocimientos, sino en fortalecer día a día, con una formación sólida,
nuestra capacidad de entender a los individuos en sus manifestaciones únicas.
El conocimiento médico
debe complementarse con otras ramas del saber para que podamos convertirnos en
científicos integrales, con ilustración en derecho para entender que la salud
tiene un contexto legal y normativo, además de una entramada de alto
significado de deberes y derechos de los sistemas de salud, de las comunidades,
de los pacientes y de los propios profesionales. También con ilustración en
economía para lograr hacer un discernimiento claro sobre accesos, oportunidades
y las implicaciones que la economía
cotidiana, con sus cambios y movimientos, tiene sobre la vida diaria de
las personas.
Para lograr que estas
reflexiones se hagan realidad, es imprescindible que la formación de los especialistas
de la medicina esté bajo la rectoría del Ministerio de Salud y no del
Ministerio de Educación, de manera que se puedan garantizar los recursos de
acuerdo con las necesidades y con escenarios que propicien la educación de
médicos especialistas en temas de valores, tales como la dignidad del ser
humano.
Estamos convencidos que
bajo esta orientación es posible sustentar una formación médica basada en
competencias para ser evaluada con instrumentos sencillos, validados y
aceptados por todos los agentes implicados en la formación.
La propuesta educativa para
especialistas que formulamos deben tener una formación basada en valores éticos
con hábitos y actitudes que abarquen aspectos humanísticos, científicos y
tecnológicos; un conocimiento y una práctica del método científico, unidos a la
gestión de la complejidad y de la incertidumbre; un manejo correcto del
lenguaje científico, tecnológico e informático que facilite el aprendizaje
autónomo; además de una capacidad de iniciativa y trabajo en equipo y
finalmente el desarrollo de habilidades para los asuntos personales y para una
eficaz participación democrática en la sociedad y en las instituciones de la
salud pública.